viernes, 10 de abril de 2009

DÍA 5 - 7 DE ABRIL




En el lugar más extremo de los Estados Unidos
A las 7 de la mañana ya estábamos en pie en el Motel 6. Una vez duchados y vestidos para el duro día que nos esperaba fuimos a desayunar. Cuando fuimos a preguntar en la recepción dónde era el desayuno nos dijeron que el único desayuno que podían darnos era un café que debía de servirse uno mismo en barra, así que tuvimos que buscárnoslo fuera del Motel.


Aunque había algunos restaurantes fuera, el más cercano era el Burguer King, así que por primera vez en nuestra vida, desayunamos en un lugar de comida rápida. La experiencia no fue todo lo mala que en un primer momento nos podíamos esperar. Tomamos zumo, café, patatas fritas y una especie de Wrap con tortilla, queso y bacon. Todo por unos cinco dólares. Poco a poco nos vamos sintiendo menos en forma y es que 5 días ya de comidas poco sanas se va notando.




A las 9,45 de la mañana estábamos saliendo del hostel camino del Valle de la Muerte. El paraje, que no habíamos podido observar la noche anterior, era la misma puerta del desierto. En ella, una estación de servicio donde los camioneros reposan antes de seguir su camino. Mabel fue objeto de comentarios de algunos de estos camioneros, pero no le sirvieron para mejorar su inglés.



El camino fue un contraste total respecto a lo que vimos el día anterior. De un paisaje que bien podría pasar como Canadiense por sus frondosos bosques de pinos y sus abudantes cascadas, pasamos a las llanuras de polvo interminables y las carreteras que se confunden con la línea del horizonte que vemos en las películas americanas.


Pocos, muy pocos pueblos había en la carretera, lo cual nos hacía ser especialmente precavidos con la gasolina que nos quedaba en el depósito. Además no teníamos agua para entrar en el Valle de la Muerte por lo que la parada en un típico pueblo del oeste era obligatoria.






La vista del Valle de la Muerte desde lo alto fue espectacular, pero no así la temperatura, bastante inferior de lo que pensábamos para ser el lugar más caluroso de todo Estados Unidos y uno de los más calurosos del mundo.







Una vez abajo había mucho que ver, pero todo bastante similar. Intentamos ir a un pueblo del oeste fantasma, pero la carretera estaba cortada y era bastante peligroso. Por suerte pudimos andar entre un cañón bastante bonito. De ahí fuimos al cráter volcánico, que sí pudimos visitar y fue espectacular.

Las carreteras y el paisaje de sus alrededores ya eran suficientemente increíbles para dejarnos con la boca abierta. Intentamos ver unas piedras rodantes que al parecer son un misterio ya que se mueven solas, una pared con multiples colores de la naturaleza y el lugar más bajo sobre el nivel del mar. Poco pudimos ver de estas cosas. Intentamos ver las piedras rodantes, pero no conseguimos llegar a ellas. Durante más de 45 minutos Judith estuvo conduciendo por una pista de tierra hasta que decidimos volver ya que las piedras estaban aún a más de 10 kilómetros y la noche empezaba a caer. Este paseo por la pista de tierra tuvo como resultado la estimulación de mis tripas, con gaseosos resultados para las chicas. Los gases nos acompañaron ya durante el resto del viaje.



La pared con colores estaba a las afueras del parque, pero tampoco la pudimos ver ya que nos sorprendió una increíble tormenta del desierto. El Death Valley nos sorprendió por sus desproporcionadas dimensiones y su aspecto totalmente distinto a todo lo que hayamos visto antes. Nos hemos sentido como dentro de una película del oeste.






Rumbo a Las Vegas


Dejando el Valle de la muerte, pasamos por el famoso Área 54, la base militar más grande de los Estados Unidos. Un lugar donde se supone que se desarrollan las armas más punteras, se prueban los aviones último modelo e incluso se supone que guardan algunos de los extraterrestres de Roosevelt. Nuestro deseo de ver un Ovni en medio del desierto no se cumplió pese a que un lugareño nos dijo que era bastante común ver objetos voladores no identificados por la zona.





Con la noche ya bien entrada, nos dirigíamos por la carretera hacia Las Vegas. Después de pasar un pequeño pueblo que era unas Vegas en miniatura, finalmente, tras un cambio de rasante, vimos la ciudad del pecado. Las luces de Las Vegas se ven a kilómetros de distancia desde el desierto, y las figuras de algunos de sus hoteles más emblemáticos se recorta en el horizonte. El haz de luz de la pirámide del Luxor, o algunos de los edificios de New York, New York y Paris se vislumbran a kilómetros de distancia.

La entrada en la ciudad fue triunfal. Por la noche, con las luces de los casinos dándonos la bienvenida. El espectáculo es alucinante. Un castillo medieval (el excalibur), los edificios más emblemáticos de Nueva York, la Plaza de San Marcos en Venecia, las fuentes musicales del Bellagio, la carpa de Circus, Circus, el Caesar's Palace, los barcos piratas de Treasure Island o la imponente torre de Stratosphere, son sólo algunos de los casinos que pudimos observar en nuestro paseo por el Strip de noche.

Una vez llegamos al hostel, cenamos en un restaurante cercano y dimos un pequeño paseo hasta Stratosphere para ver el primero de los casinos. Cientos de máquinas tragaperras se alinean en una enorme planta con jugadores dispuestos a perder hasta la camisa. Pese a ser las dos de la mañana todavía había bastante ambiente de juego.


Pese a que algunas querían bajar hasta el Strip para ver más casinos, el cansancio del día en el Death Valley ha hecho mella y decidimos volver al hostel.

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